Fecha
2018-02-15
Autor
Hernández Vicencio, Tania
Temas
Elecciones
Descripción
<p>A lo largo de estos meses, los mexicanos hemos sido testigos de la construcción de tres alianzas que habrán de contender en la elección presidencial de julio de 2018. Las dos coaliciones con los mayores porcentajes de intención del voto tienen entre sus integrantes a un partido que expresa la clara influencia de un credo religioso. La Alianza Por México al Frente, integrada por el Partido Acción Nacional, el Partido de la Revolución Democrática y el Movimiento Ciudadano, acoge a un instituto político que, como Acción Nacional, defiende los valores del catolicismo conservador. Por su parte, la Alianza Juntos Haremos Historia integrada por el Movimiento de Regeneración Nacional, el Partido Encuentro Social y el Partido del Trabajo, contiene a un partido que, como el PES, se fundó con líderes y bases de las iglesias evangélica y pentecostal.</p><p>Larga es la historia de la participación de la Iglesia católica en la política partidista de varios países del continente Americano, por ejemplo, a través de la Democracia Cristiana, pero la irrupción de miembros o pastores del protestantismo como candidatos, dirigentes y gobernantes es un fenómeno relativamente nuevo con un peso cada vez mayor en la definición de los procesos políticos nacionales. Basta ver los casos de Brasil, Chile, Colombia y Costa Rica en los que políticos adheridos a esos grupos religiosos han ganado elecciones, habrá que observar lo que suceda en la elección presidencial de Venezuela a realizarse también este 2018. </p><p>Pero en México no estábamos acostumbrados a este nivel de empoderamiento político de los grupos protestantes, a pesar de la pluralidad religiosa que se registra desde los años noventa. Según el Censo de Población de 2010, la sociedad mexicana seguía siendo mayoritariamente católica (83%), aunque había perdido adeptos, además de que el 5% de los creyentes eran evangélicos y 2% pentecostales. Si bien estos porcentajes pueden parecer muy menores, los votos que podrían llegar a representar no son despreciables en el contexto de la próxima elección presidencial.</p><p>El panista Ricardo Anaya, candidato de la Alianza por México al Frente, no tiene problema en declararse católico y apelar a las viejas alianzas con un amplio movimiento de laicos. El morenista Andrés Manuel López Obrador, candidato de la Alianza Juntos haremos Historia al frente de las preferencias electorales, ha dado respuestas ambiguas sobre la religión que profesa, pero se sabe que en reunión privada con jerarcas de la Iglesia católica aceptó ser parte de su feligresía y, con el nombre de Morena, pretende llamar la atención de un sector del electorado aludiendo de forma subliminal a su guadalupanismo. En aras de ganar la elección presidencial, el líder de Morena aceptó a través del PES los apoyos de evangélicos y pentecostales, con argumentos poco convincentes desde el punto de vista programático.</p><p>El hecho es que la actuación de las derechas religiosas es un rasgo del proceso electoral nacional que llegó para quedarse. Las iglesias avanzan a través de la derecha y la izquierda partidistas gracias al conservadurismo que caracteriza a ambas expresiones del espectro político mexicano. El viejo poder de la Iglesia católica y el nuevo poder de las iglesias protestantes se imponen en el espacio público, intentando definir la agenda con relación a políticas específicas. La gran paradoja es que la actuación de estas derechas religiosas termina por vulnerar a un disminuido Estado laico, pieza clave de toda democracia, cobijándose en el mismo discurso que defiende el principio de la pluralidad democrática.</p>