Fecha
2018-02-22
Autor
Loza Otero, Nicolás
Temas
Encuestas
Elecciones
Descripción
<p>¿Cuál es el sentido que tiene una medición de intención de voto a casi cinco meses de que se realicen las elecciones presidenciales en México? ¿incide la fase final, intensiva, de las campañas electorales sobre las preferencias de los electores? Veamos los antecedentes en México desde que tenemos elecciones presidenciales competidas, es decir, desde 2000.</p><p> </p><p><br />En la medición de preferencias efectivas del periódico Reforma de febrero de aquél año, Francisco Labastida, entonces candidato del todavía gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI), aventajaba en ocho puntos porcentuales a su más cercano rival, Vicente Fox, quien a la postre ganó. En esa contienda, Cuauhtémoc Cárdenas comenzó en tercer sitio y jamás cambió de posición. También en febrero, pero de 2006 y de acuerdo al Reforma, Andrés Manuel López Obrador le sacaba nueve puntos porcentuales a Felipe Calderón, el candidato del PAN, quien de la misma forma que Fox en la contienda presidencial pasada, terminó ganando; Madrazo, el candidato presidencial del PRI, también se mantuvo estable en el tercer sitio, pero entonces contaba con 29 por ciento de intenciones de voto. Para marzo de 2012, una vez de más acuerdo a cifras de preferencias efectivas de Reforma, Peña Nieto tenía una ventaja de trece puntos porcentuales sobre Josefina Vázquez Mota, en ese momento en segundo sitio aunque terminó en tercero, mientras que López Obrador, que para entonces figuraba detrás del PRI y del Partido Acción Nacional (PAN), concluyó la campaña no sólo rebasando al PAN sino acercándose de manera mas que testimonial al PRI. De las estimaciones del Reforma en marzo al resultado electoral de julio, los punteros perdieron 10 puntos porcentuales en 2000, cinco puntos en 2006 y siete en 2012. El promedio de tres elecciones presidenciales ha sido que el puntero pierde siete puntos porcentuales.</p><p> </p><p><br />Este simple repaso nos muestra, por un lado, que quienes han ido a la cabeza en febrero o marzo de 2000, 2006 y 2012, han perdido intenciones de voto durante la campaña; así le pasó a todos los punteros de este siglo electoral mexicano, pero además en dos de las tres experiencias pasadas, quien iba adelante, Labastida en 2000 y López Obrador en 2006, terminaron perdiendo. En cuanto a la disputa por ser el contendiente desafiante, es decir, el segundo lugar que busca el voto útil en contra del primero, en dos de las tres ocasiones previas, quien en febrero o marzo logró esta posición, la capitalizó ganando, en tanto que en una ocasión, es decir en 2012, el segundo lugar pasó al tercero. En tres de tres procesos, el segundo lugar no ha conservado su posición. En suma, entre febrero y julio, hubo cambios importantes en las preferencias electorales de los mexicanos y es muy razonable atribuirlos a las campañas.</p><p> </p><p><br />Es natural, sin embargo, que los punteros y sus seguidores en cualquier momento de una campaña, ofrezcan un escenario de victoria segura. Incluso, también tiene mucha lógica, que quien parece ir en segundo sitio, de por sentado que está en la posición desde la cual desafiará al líder en las preferencias, pero si al pasado electoral nos atenemos, las campañas van a cerrar la distancia entre el primero y el segundo lugar, y el segundo lugar mismo podría modificarse.</p><p> </p><p><br />Entre quienes estudian comportamiento electoral, hay una vertiente escéptica al efecto sobre los votantes no sólo de las campañas, sino incluso de la información en general. Suelen argumentar que las personas no buscan información para confeccionar sus creencias y en particular sus preferencias electorales, sino que la buscan para confirmar las que ya tienen. Sin duda, algo hay de cierto en esta postura, por lo que muchas veces, lo que a un bando le parece información devastadora acerca del rival, es resignificado sin mayor problema por los seguidores de ese rival. Pero también hay estudios que documentan que las campañas inciden sobre las preferencias de los electores y que pueden hacerlo aún más cundo un sistema de partidos se ha desalineado. En un caso de efectos mínimos, las campañas están llamadas a generar entusiasmo para que los partidarios del candidato salgan a votar, o desánimo para que los del rival se queden en sus casas: el diferencial en las tasas de participación de los seguidores de cada opción, termina gravitando sobre el resultado de una contienda competida. En un caso de mayores efectos, presenciar un debate, conocer una revelación importante, o simplemente el encadenar información o estados de ánimo, puede producir que segmentos ilustrados o no muy entusiastas de un candidato, terminen por abandonarlo, votando por su rival o simplemente absteniéndose.</p><p> </p><p><br />Nuestra experiencia en contiendas presidenciales y la evidencia de efectos aunque sean mínimos de campaña en México y otros países, mayores aún en circunstancias de desafección y des alineamiento partidarios, promete cuatro intensos meses de esgrima electoral que muy probablemente produzcan un final mucho más cerrado de lo que los datos actuales sugerirían.</p><p> </p>